domingo, 30 de junio de 2013

Resumen MARX - EL CAPITAL Capitulo IV

                    Capítulo IV                     
Cómo se convierte el dinero en capital
La fórmula general del capital:
La circulación de mercancías es el punto de arranque del capital.
La producción de mercancías y su circulación forman las premisas históricas en que surge el capital.
El dinero es resultado final de la circulación de mercancías y la forma inicial en que se presenta el capital.
La forma directa de la circulación de mercancías es M – D – M, vender para comprar.
Pero, al lado de esta forma, nos encontramos con otra distinta D - M – D, comprar para vender. El dinero en esta forma de circulación es el que se transforma en capital. El resultado de este proceso es el intercambio de dinero por dinero, D – D.
Hay algo que distingue ambos ciclos: M – D – M y D – M – D
Es el orden inverso en que se desarrollan. La circulación simple de mercancías comienza con la venta y acaba con la compra, la circulación del dinero en función de capital comienza con la compra y acaba con la venta. En una el punto de arranque y la meta final del movimiento es la mercancía: en otra el dinero.
En la circulación M – D – M, el dinero acaba siempre convirtiéndose en una mercancía, empleada como valor de uso. En cambio en D – M – D el comprador sólo desembolsa dinero para volver a embolsarlo cuando vende.
El ciclo M – D – M termina cuando la venta de una mercancía arroja dinero y éste es absorbido por la compra de otra mercancía. El ciclo M – D – M arranca en el polo de una mercancía y se cierra con el polo de otra mercancía, que sale de la circulación y entra en la órbita del consumo. Su fin último es la satisfacción de necesidades, o, dicho en otros términos, el valor de uso.
Por el contrario, el ciclo D – M – D arranca del polo del dinero para retornar por último al mismo polo. Su motivo propulsor y su finalidad determinante es el propio valor de cambio.
En la circulación simple de mercancías ambos polos presentan la misma forma económica. Ambos son mercancías. Son, además, mercancías de la misma magnitud de valor. Pero cualitativamente, son valores de uso distintos, por ejemplo, trigo y traje.
A primera vista, el ciclo D – M – D parece absurdo porque acaba por donde empezó. Ambos polos presentan en él la misma forma económica. Ambos son dinero, y, por tanto, valores de uso entre los cuales no media ninguna diferencia cualitativa. Cambiar una cantidad de dinero por otra igual sería una operación absurda. Las sumas de dinero sólo se distinguen por su magnitud.
Por tanto, el proceso D – M – D debe su contenido a una diferencia cuantitativa. El proceso acaba siempre sustrayendo a la circulación más dinero del que a ella se lanzó.
Este incremento o excedente que queda después de cubrir el valor primitivo es la PLUSVALÍA .
Por tanto, el valor primeramente desembolsado no sólo se conserva en la circulación, sino que su magnitud de valor experimenta, dentro de ella, un cambio, se incrementa con una plusvalía, se valoriza. Y este proceso es el que lo convierte en capital.
D se ha convertido en D + Δ D. Como agente consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en capitalista y su finalidad es la apropiación progresiva de riqueza.
El valor se convierte, por tanto, en valor progresivo, en dinero progresivo, o lo que es lo mismo, en capital.


Si se cambian equivalentes, no se produce plusvalía, ni se produce tampoco aunque se cambien valores no equivalentes. La circulación o el cambio de mercancías no crea valor.
¿ Es que la plusvalía puede brotar de otra fuente que no sea la circulación ?
El capital no puede brotar de la circulación, ni tampoco fuera de ella.
Tiene necesariamente que brotar en ella y fuera de ella, al mismo tiempo.


El capitalista tiene necesariamente que comprar las mercancías por lo que valen y venderlas por su valor, y sin embargo, sacar al final del proceso, más valor del que invirtió. Este incremento del dinero tiene que operarse en la órbita de la circulación y fuera de ella a un mismo tiempo.

miércoles, 26 de junio de 2013

EL CAPITAL TOMO I - KARL MARX






El Capital Tomo 1 - Karl Marx (3.5 MB)



F. ENGELS

RESEÑA DEL PRIMER TOMO DE EL CAPITAL, DE KARL MARX PARA EL DEMOKRATISCHES WOCHENBLATT [1]

EL CAPITAL DE MARX [*]
I
Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un solo libro que tenga para los obreros la importancia de éste. En él se estudia científicamente, por vez primera, la relación entre el capital y el trabajo, eje en torno del cual gira todo el sistema de la moderna sociedad, y se hace con una profundidad y un rigor sólo posibles en un alemán. Por más valiosas que son y serán siempre las obras de un Owen, de un Saint-Simon, de un Fourier, tenía que ser un alemán quien escalase la cumbre desde la que se domina, claro y nítido —como se domina desde la cima de las montañas el paisaje de las colinas situadas más abajo—, todo el campo de las modernas relaciones sociales.
La Economía política al uso nos enseña que el trabajo es la fuente de toda la riqueza y la medida de todos los valores, de tal modo, que dos objetos cuya producción haya costado el mismo tiempo de trabajo encierran idéntico valor; y como, por término medio, sólo pueden cambiarse entre sí valores iguales, esos objetos deben poder ser cambiados el uno por el otro. Pero, al mismo tiempo, nos enseña que existe una especie de trabajo acumulado, al que esa Economía da el nombre de capital, y que este capital, [153] gracias a los recursos auxiliares que encierra, eleva cien y mil veces la capacidad productiva del trabajo vivo, en gracia a lo cual exige una cierta remuneración, que se conoce con el nombre de beneficio o ganancia. Todos sabemos que lo que sucede en realidad es que, mientras las ganancias del trabajo muerto, acumulado, crecen en proporciones cada vez más asombrosas y los capitales de los capitalistas se hacen cada día más gigantescos, el salario del trabajo vivo se reduce cada vez más, y la masa de los obreros, que viven exclusivamente de un salario, se hace cada vez más numerosa y más pobre. ¿Cómo se resuelve esta contradicción? ¿Cómo es posible que el capitalista obtenga una ganancia, si al obrero se le retribuye el valor íntegro del trabajo que incorpora a su producto? Como el cambio supone siempre valores iguales, parece que tiene necesariamente que suceder así. Mas, por otra parte, ¿cómo pueden cambiarse valores iguales, y cómo puede retribuírsele al obrero el valor íntegro de su producto, si, como muchos economistas reconocen, este producto se distribuye entre él y el capitalista? Ante esta contradicción, la Economía al uso se queda perpleja y no sabe más que escribir o balbucir unas cuantas frases confusas, que no dicen nada. Tampoco los críticos socialistas de la Economía política, anteriores a nuestra época, pasaron de poner de manifiesto la contradicción; ninguno logró resolverla, hasta que Marx, por fin, analizó el proceso de formación de la ganancia, remontándose a su verdadera fuente y poniendo en claro, con ello, todo el problema.
En su investigación del capital, Marx parte del hecho sencillo y notorio de que los capitalistas valorizan su capital por medio del cambio, comprando mercancías con su dinero para venderlas después por más de lo que les han costado. Por ejemplo, un capitalista compra algodón por valor de 1.000 táleros y lo revende por 1.10O, «ganando», por tanto, 100 táleros. Este superávit de 100 táleros, que viene a incrementar el capital primitivo, es lo que Marx llamaplusvalía. ¿De dónde nace esta plusvalía? Los economistas parten del supuesto de que sólo se cambian valores iguales, y esto, en el campo de la teoría abstracta, es exacto. Por tanto, la operación consistente en comprar algodón y en volverlo a vender, no puede engendrar una plusvalía, como no puede engendrarla el hecho de cambiar un tálero por treinta silbergroschen o el de volver a cambiar las monedas fraccionarias por el tálero de plata. Después de realizar esta operación, el poseedor del tálero no es más rico ni más pobre que antes. Mas la plusvalía no puede brotar tampoco del hecho de que los vendedores coloquen sus mercancías por más de lo que valen o de que los compradores las obtengan por debajo de su valor, porque los que ahora son compradores son luego vendedores, y, por tanto, lo que ganan en un caso lo pierden en el otro. Ni puede provenir tampoco de que los compradores y [154] vendedores se engañen los unos a los otros, pues eso no crearía ningún valor nuevo o plusvalía, sino que haría cambiar únicamente la distribución del capital existente entre los capitalistas. Y no obstante, a pesar de comprar y vender las mercancías por lo que valen, el capitalista saca de ellas más valor del que ha invertido. ¿Cómo se explica esto?
Bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en el mercado una mercancía que posee la peregrina cualidad de que, al consumirse, engendra nuevo valor, crea un nuevo valor: esta mercancía es la fuerza de trabajo.
¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El valor de toda mercancía se mide por el trabajo necesario para producirla. La fuerza de trabajo existe bajo la forma del obrero vivo, quien para vivir y mantener además a su familia que garantice la persistencia de la fuerza de trabajo aun después de su muerte, necesita una determinada cantidad de medios de vida. El tiempo de trabajo necesario para producir estos medios de vida representa, por tanto, el valor de la fuerza de trabajo. El capitalista se lo paga semanalmente al obrero y le compra con ello el uso de su trabajo durante una semana. Hasta aquí, esperamos que los señores economistas estarán, sobre poco más o menos, de acuerdo con nosotros, en lo que al valor de la fuerza de trabajo se refiere.
El capitalista pone a su obrero a trabajar. El obrero le suministra al cabo de determinado tiempo la cantidad de trabajo representada por su salario semanal. Supongamos que el salario semanal de un obrero equivale a tres días de trabajo; si el obrero comienza a trabajar el lunes, el miércoles por la noche habrá reintegrado al capitalista el valor íntegro de su salario. Pero, ¿es que deja de trabajar una vez conseguido esto? Nada de eso. El capitalista le ha comprado el trabajo de una semana; por tanto, el obrero tiene que seguir trabajando los tres días que faltan para ésta. Este plustrabajo del obrero, después de cubrir el tiempo necesario para reembolsar al patrono su salario, es la fuente de la plusvalía, de la ganancia, del incremento progresivo del capital.
Y no se diga que eso de que el obrero rescata en tres días, trabajando, el salario que percibe, y que durante los tres días restantes trabaja para el capitalista, es una suposición arbitraria. Por el momento, nos tiene absolutamente sin cuidado, y es cosa que depende de las circunstancias, el que para reponer el salario necesite realmente tres días, o dos, o cuatro; lo importante es que, además del trabajo pagado, el capitalista le saca al obrero trabajo que no le retribuye. Y esto no es ninguna suposición arbitraria, ya que el día en que el capitalista, a la larga, sólo sacase del obrero el trabajo que le remunera mediante el salario, cerraría la fábrica, pues toda su ganancia se iría a pique.
[155]
He aquí la solución de todas aquellas contradicciones. El nacimiento de la plusvalía (de la que una parte importante constituye la ganancia del capitalista) es, ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga, ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este valor es bastante inferior al que el capitalista logra sacar de ella, y la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es lo que constituye precisamente la parte del capitalista, o mejor dicho, de la clase capitalista. Pues, hasta la ganancia que en nuestro ejemplo de más arriba obtenía el comerciante algodonero al vender el algodón, tiene que provenir necesariamente, si la mercancía no sube de precio, del trabajo no retribuido. El comerciante tiene que vender su mercancía a un fabricante de tejidos de algodón, quien puede sacar del artículo que fabrica, además de aquellos 100 táleros, un beneficio para sí, compartiendo, por tanto, con el comerciante el trabajo no retribuido que se embolsa. De este trabajo no retribuido viven en general todos los miembros ociosos de la sociedad. De él salen los impuestos que cobran el Estado y el municipio, en la parte que grava a la clase capitalista, la renta del suelo abonada a los terratenientes, etc. Sobre él descansa todo el orden social existente.
Sería necio, sin embargo, creer que el trabajo no retribuido solo ha surgido bajo las condiciones actuales, en que la producción corre a cargo de capitalistas de una parte y de obreros asalariados de otra parte. Nada más lejos de la verdad. La clase oprimida se ha visto forzada a rendir trabajo no retribuido en todas las épocas de la historia. Durante los largos siglos en que la esclavitud era la forma dominante de organización del trabajo, los esclavos veíanse obligados a trabajar mucho más de lo que se les pagaba en forma de medios de vida. Bajo la dominación de la servidumbre de la gleba y hasta la abolición de la prestación personal campesina, ocurría lo mismo; aquí, incluso adquiría forma tangible la diferencia entre el tiempo durante el cual el campesino trabajaba para su propio sustento y el plustrabajo que rendía para el señor feudal, precisamente porque éste lo ejecutaba en otro sitio que aquel. Hoy, la forma ha cambiado, pero el fondo sigue siendo el mismo, y mientras «una parte de la sociedad posea el monopolio de los medios de producción, el obrero, sea libre o no libre, no tendrá más remedio que añadir al tiempo durante el cual trabaja para su propio sustento un tiempo de trabajo adicional para producir los medios de vida destinados a los poseedores de los instrumentos de producción» (Marx, pág. 202) [*].
[156]
I I
Veíamos en nuestro articulo anterior que todo obrero enrolado por el capitalista ejecuta un doble trabajo: durante una parte del tiempo que trabaja, repone el salario que el capitalista le adelanta, y esta parte del trabajo es lo que Marx llama trabajo necesario. Pero luego, tiene que seguir trabajando y producir laplusvalía para el capitalista, una parte importante de la cual representa la ganancia. Esta parte de trabajo recibe el nombre de plustrabajo.
Supongamos que el obrero trabaja durante tres días de la semana para reponer su salario y tres días para crearle plusvalía al capitalista. Expresado en otros términos, esto vale tanto como decir que, si la jornada es de doce horas, trabaja seis horas por su salario y otras seis para la producción de plusvalía. De una semana sólo pueden sacarse seis días o siete, a lo sumo, incluyendo el domingo; en cambio, a cada día se le pueden arrancar seis, ocho, diez, doce, quince horas de trabajo, y aún más. El obrero vende al capitalista, por el jornal, una jornada de trabajo. Pero ¿qué es una jornada de trabajo? ¿Ocho horas, o dieciocho?
Al capitalista le interesa que la jornada de trabajo sea lo más larga posible. Cuanto más larga sea, mayor plusvalía rendirá. Al obrero le dice su certero instinto que cada hora más que trabaja, después de reponer el salario, es una hora que se le sustrae ilegítimamente, y sufre en su propia pelleja las consecuencias del exceso de trabajo. El capitalista lucha por su ganancia, el obrero por su salud, por un par de horas de descanso al día, para poder hacer algo más que trabajar, comer y dormir, para poder actuar también en otros aspectos como hombre. Diremos de pasada que no depende de la buena voluntad de cada capitalista en particular luchar o no por sus intereses, pues la competencia obliga hasta a los más filantrópicos a seguir las huellas de los demás, haciendo a sus obreros trabajar el mismo tiempo que trabajan los otros.
La lucha por conseguir que se fije la jornada de trabajo dura desde que aparecen en la escena de la historia los obreros libres hasta nuestros días. En distintas industrias rigen distintas jornadas tradicionales de trabajo, pero, en la práctica, son muy contados los casos en que se respeta la tradición. Sólo puede decirse que existe verdadera jornada normal de trabajo allí donde la ley fija esta jornada y se encarga de velar por su aplicación. Hasta hoy, puede afirmarse que esto sólo acontece en los distritos fabriles de Inglaterra. En las fábricas inglesas rige la jornada de diez horas (o sea, diez horas y media durante cinco días y siete horas y media los sábados) para todas las mujeres y los chicos de trece a dieciocho años; y como los hombres no pueden trabajar sin la cooperación de aquellos elementos, de hecho también ellos disfrutan la jornada [157] de diez horas. Los obreros fabriles de Inglaterra arrancaron esta ley a fuerza de años y años de perseverancia en la más tenaz y obstinada lucha contra los fabricantes, mediante la libertad de prensa y el derecho de reunión y asociación y explotando también hábilmente las disensiones en el seno de la propia clase gobernante. Esta ley se ha convertido en el paladión de los obreros ingleses, ha ido aplicándose poco a poco a todas las grandes ramas industriales, y el año pasado se hizo extensiva a casi todas las industrias, por lo menos a todas aquellas en que trabajan mujeres y niños. Acerca de la historia de esta reglamentación legal de la jornada de trabajo en Inglaterra, contiénense datos abundantísimos en la obra que estamos comentando. En el próximo Reichstag del Norte de Alemania se deliberará también acerca de una ordenanza industrial, y, por tanto, se pondrá a debate la reglamentación del trabajo fabril. Esperamos que ninguno de los diputados elegidos por los obreros alemanes intervendrá en la discusión de esta ley sin antes familiarizarse bien con el libro de Marx. Aquí se podrá lograr mucho. Las disensiones que existen en el seno de las clases dominantes son más propicias para los obreros que lo han sido nunca en Inglaterra, porque el sufragio universal obliga a las clases dominantes a captarse las simpatías de los obreros. En estas condiciones, cuatro o cinco representantes del proletariado, si saben aprovecharse de su situación, y sobre todo si saben de qué se trata, cosa que no saben los burgueses, pueden constituir una fuerza. El libro de Marx pone en sus manos, perfectamente dispuestos, todos los datos necesarios.
Pasaremos por alto una serie de excelentes investigaciones, de carácter más bien teórico, y nos detendremos tan sólo en el capítulo final de la obra, que trata de la acumulación del capital. En este capítulo se pone primero de manifiesto que el método capitalista de producción, es decir, el método de producción que presupone la existencia de capitalistas, por una parte, y de obreros asalariados, por otra, no sólo le reproduce al capitalista constantemente su capital, sino que reproduce, incesantemente, la pobreza del obrero, velando, por tanto, por que existan siempre, de un lado, capitalistas que concentran en sus manos la propiedad de todos los medios de vida, materias primas e instrumentos de producción, y, de otro lado, la gran masa de obreros obligados a vender a estos capitalistas su fuerza de trabajo por una cantidad de medios de vida que, en el mejor de los casos, sólo alcanza para sostenerlos en condiciones de trabajar y de criar una nueva generación de proletarios aptos para el trabajo. Pero el capital no se limita a reproducirse, sino que aumenta y crece incesantemente, con lo cual aumenta y crece también su poder sobre la clase de los obreros desposeídos de toda propiedad. Y, del mismo modo que el capital [158] se reproduce a sí mismo en proporciones cada vez mayores, el moderno modo capitalista de producción reproduce igualmente, en proporciones que van siempre en aumento, en número creciente sin cesar la clase de los obreros desposeídos. «La acumulación del capital reproduce la relación del capital en una escala mayor: a más capitalistas o a mayores capitalistas en un polo, en el otro polo más obreros asalariados... La acumulación del capital significa, por tanto, el crecimiento del proletariado» (pág. 600) [*]. Pero, como los progresos de la maquinaria, el cultivo perfeccionado de la tierra, etc., hacen que cada vez se necesiten menos obreros para producir la misma cantidad de artículos, y como este perfeccionamiento, es decir, esta creación de obreros sobrantes, aumenta con mayor rapidez que el propio capital creciente, ¿qué se hace de este número, cada vez mayor, de obreros superfluos? Forman un ejército industrial de reserva, al que en las épocas malas o medianas se le paga menos de lo que vale su trabajo, que trabaja sólo de vez en cuando o se queda a merced de la beneficencia pública, pero que es indispensable para la clase capitalista en las épocas de gran actividad, como ocurre actualmente, a todas luces, en Inglaterra, y que en todo caso sirve para vencer la resistencia de los obreros ocupados normalmente y para mantener bajos sus salarios. «Cuanto mayor es la riqueza social... tanto mayor es la superpoblación relativa, es decir, el ejército industrial de reserva. Y cuanto mayor es este ejército de reserva, en relación con el ejército obrero activo (o sea, con los obreros ocupados normalmente), tanto mayor es la masa de superpoblación consolidada (permanente), es decir, las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a sus tormentos de trabajo [*]*. Finalmente, cuanto más extenso es en la clase obrera el sector de la pobreza y el ejército industrial de reserva, tanto mayor es también el pauperismo oficial. Tal es la ley absoluta, general, de la acumulación capitalista» (pág. 631) [*]**.
He ahí, puestas de manifiesto con todo rigor científico —los economistas oficiales se guardan mucho de intentar siquiera refutarlas— algunas de las leyes fundamentales del moderno sistema social capitalista. Pero, ¿queda dicho todo, con esto? No, ni mucho menos. Con la misma nitidez con que destaca los lados negativos de la producción capitalista, Marx pone de relieve que esta forma social [159] era necesaria para desarrollar las fuerzas productivas sociales hasta un nivel que haga posible un desarrollo igual y digno del ser humano para todos los miembros de la sociedad. Todas las formas sociales anteriores eran demasiado pobres para esto. Sólo la producción capitalista crea las riquezas y las fuerzas productivas necesarias para ello, pero crea también, al mismo tiempo, con las masas de obreros oprimidos, una clase social obligada más y más a tomar en sus manos estas riquezas y fuerzas productivas, para conseguir que sean aprovechadas en beneficio de toda la sociedad y no, como hoy, en el de una clase monopolista.
Escrito por F. Engels entre el 2 Se publica de acuerdo con el texto
y el 13 de marzo de 1868. del periadico.
Publicado en el Traducido del alemán.
"Demokratisches Wochenblatt",
núms. 12, 13 el 21 y 28 de marzo
de 1868.

NOTAS

[1]
94. El presente artículo es una de las reseñas de Engels del I tomo de "El Capital" publicada en la prensa obrera y democrática con el fin de divulgar las tesis esenciales del libro. Además de los artículos para obreros, Engels escribió varias reseñas anónimas para la prensa burguesa, a fin de destruir la «conspiración del silencio» con el que la ciencia económica oficial y la prensa burguesa acogieron el genial trabajo de Marx. En dichas reseñas, Engels critica el libro, como si dijéramos, «desde un punto de vista burgués», para obligar con la ayuda de este «recurso militar», según la expresión de Marx, a los economistas burgueses a hablar del libro.
"Demokratisches Wochenblatt" («Hebdomadario democrático») era un periódico obrero alemán que se publicó de enero de 1868 a septiembre de 1869 en Leipzig bajo la redacción de G. Liebknecht. El periódico desempeñó un papel considerable en la creación del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania. En el Congreso de Eisenach de 1869, fue proclamado órgano central del partido y pasó a denominarse "Volksstaat". Colaboraban en él Marx y Engels.- 152[**]
Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie, von Karl Marx. Erster Band. Der Produktionsprozess des Kapitals. Hamburg, O. Meissner, 1867.
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, pág. 246. (N. de la Edit.)
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, págs. 627-628. (N. de la Edit.)
[**] En la traducción autorizada del I tomo de "El Capital" al francés Marx puntualiza esta tesis. (N. de la Edit.)
[***] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, pág. 659. (N. de la Edit.)

martes, 25 de junio de 2013

Resumen MARX - EL CAPITAL Capitulo III


CAPITULO III
EL DINERO, O LA CIRCULACIÓN DE MERCANCÍAS
1. Medida de los valores
El oro es la mercancía dineraria.
En cuanto medida de valor, el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo.
El precio o la forma dineraria del valor característica de las mercancías es, al igual que su forma de valor en general, una forma ideal o figurada, diferente de su forma corpórea real y palpable. En su función de medida de valor, por consiguiente, el dinero sirve como dinero puramente figurado o ideal. Aunque para la función de medir el valor sólo se utiliza dinero figurado, el precio depende estrictamente del material dinerario real. El valor, es decir, la cantidad de trabajo humano que contiene, se expresa en una cantidad figurada de la mercancía dineraria que contiene la misma cantidad de trabajo.
En cuanto medida de los valores y como patrón de los precios, el dinero desempeña dos funciones completamente diferentes. Medida de los valores es el dinero en cuanto encarnación social del trabajo humano, patrón de los precios, como peso metálico fijo. En cuanto medida del valor, el dinero sirve para transformar en precios, en cantidades [120] figuradas de oro, los valores de las variadísimas mercancías, en cuanto medida de los precios, mide precisamente esas cantidades de oro. Con la medida de los valores se miden las mercancías en cuanto valores; el patrón de precios, en cambio, mide con arreglo a una cantidad de oro las cantidades de dicho metal y no el valor de una cantidad de oro conforme al peso de la otra. Para el patrón de precios es necesario fijar determinado peso en oro como unidad de medida. Si el oro puede servir como medida de los valores, ello se debe únicamente a que él mismo es producto del trabajo, y por tanto, potencialmente, un valor variable.
Un cambio en el valor del oro en modo alguno afecta su función en cuanto patrón de precios. El cambio en el valor del oro tampoco obsta a su función como medida del valor.
En la forma misma del precio está implícita la posibilidad de una incongruencia cuantitativa, de una divergencia, entre el precio y la magnitud del valor. Además puede albergar una contradicción cualitativa, de tal modo que, aunque el dinero sólo sea la forma de valor que revisten las mercancías, el precio deje de ser en general la expresión del valor. Cosas que en sí y para sí no son mercancías, como por ejemplo la conciencia, el honor, etc., pueden ser puestas en venta por sus poseedores, adoptando así, merced a su precio, la forma mercantil. Es posible, pues, que una cosa tenga formalmente precio sin tener valor.
Para que una mercancía pueda operar de manera efectiva como valor de cambio, ha de desprenderse de su corporeidad natural, transformarse de oro puramente figurado en oro real.
La forma del precio lleva implícita la enajenabilidad de las mercancías por dinero y la necesidad de esa enajenación. Por otra parte, el oro sólo desempeña la función de medida ideal del valor, puesto que en el proceso de intercambio discurre ya como mercancía dineraria.
2. Medio de circulación
a) La metamorfosis de las mercancías
En la medida en que el proceso de intercambio transfiere mercancías de manos en las cuales son no- valores de uso, a manos en las que son valores de uso, estamos ante un metabolismo social.
En un comienzo las mercancías entran en el proceso de intercambio sin un baño de oro, ni de azúcar, tal como fueron creadas.
Todo cambio formal de una mercancía se opera en el intercambio entre dos mercancías, una de las cuales es corriente y la otra dineraria.
Dicho proceso suscita un desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero, una antítesis externa en la que aquélla representa su antítesis inmanente de valor de uso y valor. En esa antítesis las mercancías se contraponen como valores de uso al dinero como valor de cambio. Por otra parte, ambos términos de la antítesis son mercancías, y por tanto unidades de valor de uso y valor. Pero esa unidad de elementos diferentes se representa inversamente en cada uno de los dos polos y refleja a la vez, por ende, la relación recíproca que media entre ambos. La mercancía es realmente valor de uso; su carácter de ser valor se pone de manifiesto sólo de manera ideal en el precio, que la refiere al término opuesto, al oro, como a su figura real de valor. El material áureo, a la inversa, sólo cuenta como concreción material del valor, como dinero. De ahí que realmente sea valor de cambio. Su valor de uso se pone de manifiesto únicamente de manera ideal en la serie de las expresiones relativas de valor, en la cual se refiere a las mercancías que se le contraponen, como al ámbito de sus figuras de uso reales. Estas formas antitéticas de las mercancías son las formas efectivas en que se mueve el proceso de su intercambio.
El proceso de intercambio de la mercancía, pues, se lleva a cabo a través de dos metamorfosis contrapuestas que a la vez se complementan entre sí: transformación de la mercancía en dinero y su reconversión de dinero en mercancía. Las fases en la metamorfosis de las mercancías son, a la vez, transacciones del poseedor de éstas: venta, o intercambio de la mercancía por dinero; compra, intercambio de dinero por mercancía, y unidad de ambos actos: vender para comprar.
El proceso de intercambio se lleva a cabo, pues, a través del siguiente cambio de forma:
mercancía-dinero-mercancía
M-D-M
En lo que concierne a su contenido material, el movimiento M - M es un intercambio de mercancía por mercancía, metabolismo del trabajo social, en cuyo resultado se extingue el proceso mismo.
M - D. Primera metamorfosis de la mercancía, o venta. La división social del trabajo hace que el trabajo de tal poseedor sea tan unilateral como multilaterales son sus necesidades. Es por eso que su producto no le sirve más que como valor de cambio. Pero ocurre que sólo como dinero puede adoptar la forma de equivalente general socialmente vigente, y el dinero se encuentra en el bolsillo ajeno. Para extraerlo de allí, es necesario que la mercancía sea ante todo valor de uso para el poseedor de dinero, y por tanto que el trabajo gastado en ella lo haya sido en forma socialmente útil, o sea acreditándose como eslabón de la división social del trabajo.
La misma división del trabajo que los convierte en productores privados independientes, hace que el proceso de producción y las relaciones suyas dentro de ese proceso sean independientes de ellos mismos, y que la independencia recíproca entre las personas se complemente con un sistema de dependencia multilateral y propio de cosas.
La división del trabajo convierte en mercancía el producto del trabajo, y con ello torna en necesaria la transformación del mismo en dinero.
¿Pero por qué cosa se cambia la mercancía? Se intercambia por su propia figura general de valor. ¿Y por qué cosa se cambia el oro? Por una figura particular de su valor de uso. La realización del precio, o de la forma de valor sólo ideal de la mercancía, es a la vez, y ala inversa, realización del valor de uso sólo ideal del dinero; la transformación de la mercancía en dinero es, a la vez, la transformación simultánea del dinero en mercancía. Este proceso único es un proceso que tiene dos aspectos: desde el polo del poseedor de mercancía, venta, desde el polo opuesto, ocupado por el poseedor de dinero, compra.
La venta es compra; M - D es a la vez D – M.
Para que el oro funcione en cuanto dinero, tiene que ingresar, naturalmente, por algún punto cualquiera en el mercado. Ese punto está en su fuente de producción, donde, como producto directo del trabajo, se intercambia por otro producto laboral de valor idéntico. Pero a partir de ese momento representa ya, y siempre, precios mercantiles realizados. El oro es en manos de todo poseedor de mercancías, la figura enajenada de su mercancía vendida.
El oro deviene dinero real porque las mercancías, a través de su enajenación generalizada, lo convierten en la figura de uso efectivamente enajenada o transformada de ellas mismas, y por tanto en su figura efectiva de valor. En su figura de valor, la mercancía hace desaparecer todas las huellas de su valor de uso natural y del trabajo útil particular al que debe su origen, para devenir esa crisálida que es sólo concreción material social uniforme de trabajo humano indiferenciado.
La primera metamorfosis de una mercancía, su transformación en dinero a partir de la forma mercantil, es siempre, a la vez, una segunda metamorfosis, contrapuesta, de otra mercancía, su transformación inversa en mercancía a partir de la forma dineraria.
D - M. Metamorfosis segunda, 0 final, de la mercancía: compra. Por ser la figura enajenada de todas las demás mercancías o el producto de su enajenación general, el dinero es la mercancía absolutamente enajenable.
La metamorfosis global de una mercancía se compone de dos movimientos contrapuestos y que se complementan recíprocamente, M – D y D – M. Las dos fases de movimiento inversas de la metamorfosis mercantil constituyen un ciclo: forma de mercancía, despojamiento de la forma mercantil, retorno a la misma. Sin duda, la mercancía misma está aquí antitéticamente determinada. En el punto de partida es no-valor de uso para su poseedor; en el de llegada, valor de uso para aquél. De manera análoga, el dinero se presenta primero como cristalización inalterable del valor, en la que se convierte la mercancía, para disolverse luego como mera forma de equivalente de la misma.
Las dos metamorfosis que configuran el ciclo de una mercancía constituyen a la vez las metamorfosis parciales e inversas de otras dos mercancías. El ciclo que describe la serie de metamorfosis experimentadas por toda mercancía, pues, se enreda de manera inextricable con los ciclos de otras mercancías. El proceso en su conjunto se presenta como circulación mercantil.
El proceso de circulación no se agota, como ocurría con el intercambio directo de productos. El dinero no desaparece, por más que finalmente quede marginado de la serie de metamorfosis experimentada por una mercancía. Invariablemente se deposita en los puntos de la circulación que las mercancías dejan libres.
La venta y la compra son un acto idéntico en cuanto relación recíproca entre dos personas polarmente contrapuestas: el poseedor de mercancías y el de dinero.
La circulación derriba las barreras temporales, locales e individuales opuestas al intercambio de productos, y lo hace precisamente porque escinde, en la antítesis de venta y compra, la identidad directa existente aquí entre enajenar el producto del trabajo propio y adquirir el producto del trabajo ajeno.
Como mediador en la circulación mercantil, el dinero asume la función de medio de circulación.
b) El curso del dinero
El cambio de forma en el que se opera el intercambio de sustancias entre los productos del trabajo M - D - M, determina que un mismo valor configure en cuanto mercancía el punto de partida del proceso, y retorne como mercancía al mismo punto. Por ende, este movimiento de las mercancías es un ciclo. Por otra parte, esa misma forma excluye el ciclo del dinero. Su resultado es el constante alejamiento del dinero con respecto a su punto de partida, no su retorno al mismo.
El curso del dinero muestra una repetición constante y monótona del mismo proceso.
La continuidad del movimiento recae enteramente en el dinero, y el mismo movimiento que supone dos procesos contrapuestos para la mercancía, implica siempre, como movimiento propio del dinero, el mismo proceso, esto es, su cambio de lugar con otra mercancía siempre cambiante. El resultado de la circulación de mercancías --la sustitución de una mercancía por otra-- se presenta mediado, pues, no por el propio cambio de forma experimentado por aquéllas, sino por la función del dinero como medio de circulación; éste hace circular las mercancías, en sí y para sí carentes de movimiento, transfiriéndolas, siempre en sentido contrario al de su propio curso, de manos de aquel para quien son no-valores de uso, a manos de quien las considera valores de uso. Constantemente aleja del ámbito de la circulación las
mercancías, al ocupar una y otra vez los lugares que éstas dejan libre en aquélla, con lo cual él mismo se aleja de su punto de partida. Por consiguiente, aunque el movimiento del dinero no sea más que una expresión de la circulación de mercancías, ésta se presenta, a la inversa, como mero resultado del movimiento dinerario.
Las mismas piezas dinerarias llegan como figura enajenada de la mercancía a manos del vendedor y las abandonan como figura absolutamente enajenable de la misma. Ambas veces el dinero opera de la misma manera, como medio de compra primero de una, luego de la otra mercancía.
Al dar su primer paso en la circulación, al cambiar por primera vez de forma, toda mercancía queda marginada de aquélla, en la cual entran constantemente nuevas mercancías. En cuanto medio de circulación, por el contrario, el dinero está instalado permanentemente en la esfera de la circulación.
La variación que se opera en la masa de los medios de circulación reconoce su origen en el dinero mismo, pero no en su papel de medio de circulación, sino en su función de medir el valor. Primero, el precio de las mercancías varía en razón inversa al valor del dinero, y luego la masa de medios de circulación se modifica en proporción directa al precio de las mercancías.
La masa de los medios de circulación queda determinada por la suma de los precios a realizar de las mercancías. Si suponemos, además, que el precio de cada clase de mercancía ya está dado, es obvio que la suma de los precios alcanzados por las mercancías dependerá de la masa de éstas que se encuentre en la circulación.
Si suponemos que la masa de las mercancías está dada, la del dinero circulante crecerá o decrecerá con arreglo a las oscilaciones que experimenten los precios de las mercancías.
El reiterado cambio de ubicación por parte de las mismas piezas dinerarias representa el doble cambio formal de la mercancía, su movimiento a través de las dos fases contrapuestas de la circulación y el entrelazamiento de las metamorfosis experimentadas por diversas mercancías. Las fases antitéticas, complementarias entre sí, a través de las cuales discurre ese proceso, no pueden estar espacialmente yuxtapuestas, sino sucederse unas a otras en el tiempo. Las fracciones de tiempo constituyen la medida que se aplica a la duración del proceso, o, en otras palabras, el número de los recorridos de las mismas piezas dinerarias en un tiempo dado mide la velocidad del curso dinerario.
Suma de los precios de las mercancías
────────────────────── ═ masa del dinero que funciona como medio de circulación.
Número de recorridos de las piezas
dinerarias de la misma denominación
El número total de los recorridos efectuados por todas las piezas dinerarias que se encuentran circulando y tienen la misma denominación, permite obtener el número medio de los recorridos que efectúa cada pieza dineraria, o la velocidad media del curso del dinero. La masa dineraria está naturalmente determinada por la suma de los precios de las mercancías que circulan al mismo tiempo y yuxtapuestas en el espacio. Pero dentro del proceso, por así decirlo, a una pieza dineraria se la hace responsable de la otra. Si una acelera la velocidad de su curso, se aminora la de la otra, o incluso ésta se aparta por completo de la esfera de la circulación.
La cantidad total del dinero que en cada espacio de tiempo actúa como medio de circulación, queda determinada, de una parte, por la suma de los precios del conjunto de las mercancías circulantes, de otra parte, por la fluencia más lenta o más rápida de sus procesos antitéticos de circulación, de lo cual depende la parte proporcional de esa suma de precios que puede ser realizada por las mismas piezas dinerarias. Pero la suma de los precios de las mercancías depende tanto de la masa como de los precios de cada clase de mercancías. No obstante, los tres factores --el movimiento de los precios, la masa de mercancías circulantes y por último la velocidad del curso del dinero-- pueden variar en sentido diferente y en distintas proporciones.
c) La moneda. El signo de valor
El título del oro y la sustancia del mismo, el contenido nominal y el real, inician su proceso de disociación. Monedas homónimas de oro llegan a tener valor desigual, porque desigual es su peso. El oro en cuanto medio de circulación diverge del oro en cuanto patrón de los precios, y con ello cesa de ser el equivalente verdadero de las mercancías cuyos precios realiza.
El hecho de que el propio curso del dinero disocie del contenido real de la moneda su contenido nominal, de su existencia metálica su existencia funcional, implica la posibilidad latente de sustituir el dinero metálico, en su función monetaria, por tarjas de otro material, o símbolos.
La existencia monetaria del oro se escinde totalmente de su sustancia de valor.
Sólo consideramos aquí el papel moneda estatal de curso forzoso. El mismo surge directamente de la circulación metálica.
Una ley específica de la circulación de billetes no puede surgir sino de la proporción en que éstos representan el oro. Y esa ley es, simplemente, la de que la emisión del papel moneda ha de limitarse a la cantidad en que tendría que circular el oro (o la plata) representado simbólicamente por dicho papel.
El papel moneda es signo áureo o signo dinerario. Su relación con los valores mercantiles se reduce a que éstos se hallan expresados de manera ideal en las mismas cantidades de oro que el papel representa simbólica y sensorialmente.
El papel moneda es signo del valor sólo en cuanto representa cantidades de oro, las cuales, como todas las demás cantidades de mercancías, son también cantidades de valor.
En un proceso que constantemente lo hace cambiar de unas manos a otras, baste con la existencia meramente simbólica del dinero. Su existencia funcional, por así decirlo, absorbe su existencia material. Reflejo evanescentemente objetivado de los precios mercantiles, el dinero sólo funciona como signo de sí mismo y, por lo tanto, también puede ser sustituido por signos [57]. El signo del dinero no requiere más que su propia vigencia socialmente objetiva, y el papel moneda obtiene esa vigencia mediante el curso forzoso. Este curso forzoso estatal sólo rige dentro de la esfera de circulación interna, o sea de la circunscrita por las fronteras de una comunidad, pero es sólo en esa esfera, también, donde el dinero ejerce de manera plena su función como medio de circulación o moneda, y por tanto donde puede alcanzar, en el papel moneda, un modo de existencia puramente funcional y exteriormente desligado de su sustancia metálica.
3. El dinero
a) Atesoramiento
Ya con el desarrollo inicial de la circulación mercantil, no se venden mercancías para adquirir mercancías, sino para sustituir la forma mercantil por la dineraria. De simple fase intermediadora del intercambio de sustancias, ese cambio formal se convierte en fin en sí mismo.
En los inicios de la circulación mercantil, precisamente, sólo se convierte en dinero el excedente de valores de uso.
A medida que se expande la circulación mercantil se acrecienta el poder del dinero, la forma siempre pronta, absolutamente social de la riqueza. Como el dinero no deja traslucir qué es lo que se ha convertido en él, todo, mercancía o no mercancía, se convierte en dinero. Todo se vuelve venal y adquirible.
Cualitativamente, o por su forma, el dinero carece de límites, vale decir, es el representante general de la riqueza social porque se lo puede convertir de manera directa en cualquier mercancía. Pero, a la vez, toda suma real de dinero está limitada cuantitativamente, y por consiguiente no es más que un medio de compra de eficacia limitada. Esta contradicción entre los límites cuantitativos y la condición cualitativamente ilimitada del dinero, incita una y otra vez al atesorador a reemprender ese trabajo de Sísifo que es la acumulación.
Sólo puede retirar de la circulación, bajo la forma de dinero, lo que le entrega a ella bajo la forma de mercancía. Cuanto más produce, tanto más puede vender. Laboriosidad, ahorro y avaricia son por consiguiente sus virtudes cardinales; vender mucho, comprar poco, la suma de su economía política.
b) Medio de pago
Un poseedor de mercancías vende una mercancía ya existente, el otro compra como mero representante del dinero, o como representante de un dinero futuro. El vendedor deviene acreedor; el comprador, deudor. Como aquí se modifica la metamorfosis de la mercancía o el desarrollo de su forma de valor, el dinero asume también otra función. Se convierte en medio de pago.
Ya no se produce la aparición simultánea de los equivalentes, mercancía y dinero, en los dos polos del proceso de la venta. Ahora, el dinero funciona primero como medida del valor, al determinar el precio de la mercancía vendida. Ese precio, fijado contractualmente, mide la obligación del comprador, esto es, la suma de dinero que el mismo debe pagar en el plazo estipulado. Funciona, en segundo lugar, como medio ideal de compra.
En la medida en que se compensan los pagos, el dinero funciona sólo idealmente como dinero de cuenta o medida de los valores. En a medida en que los pagos se efectúan realmente, el dinero ya no entra en escena como medio de circulación, como forma puramente evanescente y mediadora del metabolismo, sino como la encarnación individual del trabajo social, como la existencia autónoma del valor de cambio, como mercancía absoluta. Dicha contradicción estalla en esa fase de las crisis de producción y comerciales que se denomina crisis dineraria. La misma sólo se produce allí donde la cadena consecutiva de los pagos y un sistema artificial de compensación han alcanzado su pleno desarrollo.
Aunque estén dados tanto los precios como la velocidad del curso dinerario y la economía de los pagos, ya no coinciden la masa de dinero en curso y la masa de mercancías que circula durante cierto período. Está en curso dinero que representa mercancías sustraídas desde hace tiempo a la circulación. Circulan mercancías cuyo equivalente en dinero no aparecerá sino en el futuro.
El dinero crediticio surge directamente de la función del dinero como medio de pago.
c) Dinero mundial
En el comercio mundial las mercancías despliegan su valor de modo universal. De ahí que su figura autónoma de valor se les contraponga, en este terreno, como dinero mundial. Sólo en el mercado mundial el dinero funciona de manera plena como la mercancía cuya forma natural es, a la vez, forma de efectivización directamente social del trabajo humano inabstracto. Su modo de existencia se adecua a su concepto.








Resumen MARX - EL CAPITAL Capitulo II


CAPÍTULO II

EL PROCESO DEL CAMBIO

Las mercancías no pueden acudir ellas solas al mercado, ni cambiarse por sí mismas. Debemos, pues, volver la vista a sus guardianes, a los poseedores de mercancías.
Las mercancías son cosas y se hallan, por tanto, inermes frente al hombre. Si no se le someten de grado, el hombre puede emplear la fuerza o, dicho en otros términos, apoderarse de ellas.
Para que estas cosas se relacionen las unas con las otras como mercancías, es necesario que sus guardianes se relacionen entre sí como personas cuyas voluntades moran en aquellos objetos, de tal modo que cada poseedor de una mercancía sólo pueda apoderarse de la de otro por voluntad de ése y desprendiéndose de la suya propia; es decir, por medio de un acto de voluntad común a ambos.
Es necesario, por consiguiente, que ambas personas se reconozcan como propietarios privados.
Esta relación jurídica, que tiene como forma de expresión el contrato, es, hállese o no legalmente reglamentada, una relación de voluntad, en que se refleja la relación económica.
El contenido de esta relación jurídica o de voluntad lo da la relación económica misma.
Aquí, las personas sólo existen las unas para las otras como representantes de sus mercancías, o lo que es lo mismo, como poseedores de mercancías.
Lo que distingue al poseedor de una mercancía de ésta es el hecho de que para ella toda otra mercancía material no es más que la forma en que se manifiesta su propio valor.
Para él, su mercancía no tiene un valor de uso inmediato. De otro modo, no acudiría con ella al mercado. Tiene únicamente un valor de uso para otros.
Para él, no tiene más valor directo de uso que el de ser encarnación de valor de cambio, y por tanto medio de cambio.
Por eso está dispuesto siempre a desprenderse de ella a cambio de otras mercancías cuyo valor de uso le satisface.
Todas las mercancías son para su poseedor no-valores de uso y valores de uso para los no poseedores.
He aquí por qué unos y otros tienen que darse constantemente la mano. Este apretón de manos forma el cambio, el cual versa sobre valores que se cruzan y se realizan como tales valores.
Por tanto, las mercancías tienen necesariamente que realizarse como valores antes de poder realizarse como valores de uso.
Las leyes de la naturaleza propia de las mercancías se cumplen a través del instinto natural de sus poseedores.
Estos sólo pueden establecer una relación entre sus mercancías como valores, y por tanto como mercancías, relacionándolas entre sí con referencia a otra mercancía cualquiera, que desempeñe las funciones de equivalente general.
Pero sólo el hecho social puede convertir en equivalente general a una mercancía determinada.
El proceso social se encarga de asignar a la mercancía destacada la función social específica de equivalente general.
Así es como ésta se convierte en dinero.
La cristalización del dinero es un producto necesario del proceso de cambio... A medida que se desarrolla y ahonda históricamente, el cambio acentúa la antítesis de valor de uso y valor latente en la naturaleza propia de la mercancía.
La necesidad de que esta antítesis tome cuerpo al exterior dentro del comercio, empuja al valor de las mercancías a revestir una forma independiente y no ceja ni descansa hasta que, por último, lo consigue mediante el desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero. Por eso, a la par que los productos del trabajo se convierten en mercancías, se opera la transformación de la mercancía en dinero.
La forma dinero se adhiere, bien a los artículos más importantes de cambio procedentes de fuera, que son, en realidad, otras tantas formas o manifestaciones naturales del valor de cambio de los productos de dentro, bien a aquel objeto útil que constituye el elemento fundamental de la riqueza enajenable en el interior de la comunidad, v.gr. el ganado.
Es en los pueblos nómadas donde primero se desarrolla la forma dinero, por dos razones: porque todo su ajuar es móvil y presenta, por tanto, la forma directamente enajenable, y porque su régimen de vida los hace entrar constantemente en contacto con comunidades extranjeras, poniéndolos así en el trance de cambiar con ellas sus productos.
Los hombres han convertido muchas veces al mismo hombre, bajo forma de esclavo, en material primitivo de dinero, pero nunca la tierra. Esta idea sólo podía presentarse en una sociedad burguesa desarrollada. Es una idea que data del último tercio del siglo XVII y que sólo se intentó llevar a la práctica sobre un plano nacional, un siglo más tarde, en la revolución burguesa de Francia.
Impulsada por el mismo proceso que hace que el cambio de mercancías rompa sus moldes locales y que el valor de las mercancías se expansione hasta convertirse en materialización del trabajo humano en general, la forma dinero va a encarnar en mercancías dotadas por la naturaleza de cualidades especiales para desempeñar las funciones sociales de equivalente general: los metales preciosos.
Que “si bien el oro y la plata no son dinero por obra de la naturaleza, el dinero es por naturaleza oro y plata” (Carlos Marx, Contribución a la crítica de ., pg 135) lo demuestra la congruencia que existe entre sus propiedades naturales y sus funciones.
Sólo una materia cuyos ejemplares posean todos la misma cualidad uniforme puede ser forma o manifestación adecuada de valor, o, lo que es lo mismo, materialización de trabajo humano abstracto, y por tanto, igual.
De otro lado, como la diferencia que media entre las diversas magnitudes de valor es puramente cuantitativa, la mercancía dinero tiene que ser forzosamente susceptible de divisiones puramente cuantitativas, divisible a voluntad, pudiendo recobrar en todo momento su unidad mediante la suma de sus partes.
Pues bien, el oro y la plata poseen esta propiedad por obra de la naturaleza.
El valor de uso de la mercancía dinero se duplica. Además de su valor peculiar como mercancía, como oro, por ejemplo para empastar muelas, fabricar joyas, etc., reviste el valor de uso formal que le dan sus funciones sociales específicas.
Como todas las demás mercancías no son más que equivalentes especiales del dinero y éste equivalente general de todas, aquéllas se comportan respecto al dinero como mercancías especiales respecto a la mercancía general.
Vemos, pues, que la forma dinero no es más que el reflejo, adherido a una mercancía, de las relaciones que median entre todas las demás.
El hecho de que el dinero es una mercancía sólo supone un descubrimiento para quien arranque de su forma definitiva, procediendo luego a analizarla. Lo que el proceso de cambio da a la mercancía elegida como dinero no es su valor, sino su forma específica de valor.
La confusión de estos dos conceptos indujo a reputar el valor del oro y la plata como algo imaginario.
Además, como el dinero puede sustituirse, en determinadas funciones, por un simple signo de sí mismo, esto engendró otro error: el de creer que el dinero era un mero signo.
Mas...ello envolvía ya la intuición de que la forma dinero del objeto era algo exterior a él mismo y simple forma o manifestación de relaciones humanas ocultas detrás de él.
Ya decíamos más arriba que la forma equivalencial de una mercancía no envuelve la determinación cuantitativa de su magnitud de valor. El que sepamos que el oro es dinero, y por tanto susceptible de ser cambiado directamente por cualquier otra mercancía, no quiere decir que sepamos, por este solo hecho, cuánto valen por ejemplo de oro. Como toda mercancía, el dinero sólo puede expresar su magnitud de valor de un modo relativo, por medio de otras mercancías. Su valor depende del tiempo de trabajo necesario para su producción y se expresa en la cantidad de cualquier otra mercancía en la que se materialice el mismo tiempo de trabajo. Esta determinación de su magnitud relativa de valor se opera en su fuente de producción, por el cambio directo.
Cuando entra en circulación como dinero, el oro tiene ya un valor dado.
Una mercancía no se presenta como dinero porque todas las demás expresan en ella sus valores, sino que, por el contrario, éstas parecen expresar sus valores en ella, por ser dinero. El movimiento que sirve de enlace desaparece en su propio resultado, sin dejar la menor huella.
El enigma del fetiche del dinero no es, por tanto más que el enigma del fetiche de la mercancía, que cobra en el dinero una forma visible y fascinadora.

lunes, 24 de junio de 2013

Durkheim y "La Ola" alemana


Historia del conocimiento sociológico II
Informe. Durkheim y La Ola

La Ola es una película de drama alemana que está basada en hechos reales, particularmente en un experimento llamado La Tercera Ola, llevado a cabo en una escuela de los Estados Unidos. El objetivo de éste experimento fue intentar demostrar que las sociedades actuales, que se creen “libres” y abiertas1 (algo que personalmente no creo), no son inmunes a la atracción de ideologías autoritarias y dictatoriales. Detrás del experimento y de los sucesos que muestra la película se encuentra la idea de que en las sociedades polisegementarias, modernas e industriales, a lo que yo le agregaría «de consumo», se genera un proceso de individuación muy fuerte, capaz de crear fuerzas colectivas que lleven a movimientos fascistas y regímenes autoritarios.
A partir de los textos Las reglas del método sociológico, La división del trabajo social, El suicidio y Las formas elementales de la vida religiosa, de Durkheim, realizaré un análisis de la película. Para eso voy a tomar como «hecho social» a La ola: un grupo con características de sociedad de segmento único y por ende de solidaridad mecánica, que se forma dentro de una sociedad polisegmentaria de solidaridad orgánica. Considero a La Ola como un grupo basado en una solidaridad mecánica, que se puede considerar como una sociedad de segmento único dentro de una sociedad polisegmentaria, donde la relación entre sus miembros es por semejanzas y de forma directa, porque se observa una preponderancia del derecho represivo en el cuerpo de reglas jurídicas de ese grupo. Este tipo de derecho se observa en la forma en que los miembros son excluidos por alguna falta a la conciencia colectiva, y particularmente la negación a determinados símbolos y acciones ritualizadas.



Lo primero que nos permite representarnos a La ola como un hecho social es su poder de coerción que se manifiesta desde el primer momento. Aunque haya comenzado de una forma libre y en cierto sentido democrática, donde los individuos que luego la van a componer deciden integrar el grupo por voluntad propia, desde el momento en que La ola se encuentra básicamente desarrollada se puede observar cómo se impone sobre todos los individuos del grupo, y además se exterioriza. Este es el momento donde comienza a desarrollarse una conciencia colectiva que se transforma en independiente de los individuos, comienza a desarrollarse por fuera de las conciencias particulares, es una fuerza social que los trasciende y los arrastra, despojándolos de su voluntad individual, en una corriente colectiva que se hace cada vez más fuerte.
Hay dos momentos que a mi juicio son fundamentales para explicar éste hecho social: su consolidación como grupo y su desintegración abrupta. En ambos momentos el grupo se encuentra congregado físicamente. En un principio se congregan en el aula, y en el momento de su desintegración en el auditorio del colegio.
Todo comienza en el primer día de clase, la clase voluntaria de autocracia, a partir de una simple pregunta que realiza el profesor: “Juguemos a algo ¿quién podría ser el líder aquí?”. El juego, como lo llama el profesor, comienza de forma voluntaria y democrática, y una vez establecidas las reglas, las normas, y los símbolos del grupo, se consolida una conciencia colectiva que rápidamente se va haciendo cada vez más fuerte.
El líder, que parece ser elegido democráticamente, es uno de los símbolos más importantes del grupo. Digo «parece» ser elegido democráticamente porque la forma en que se elige el líder es completamente diferente, por ejemplo, a la forma en que eligen el nombre del grupo “La ola”. Para elegir el líder se pone al profesor como único candidato en el momento de la elección, y se elige levantando la mano según quien estaba a favor (dos o tres levantan la mano), quién estaba en contra (levanta la mano uno solo) y quien se abstenía (levanta la mano una sola chica). Se puede ver que no votan ni la mitad de los alumnos que se encuentran presentes en la clase, y esto en mi opinión no es democrático. El profesor se impone como líder natural en una sociedad donde la educación esta sumamente jerarquizada. Y es el mismo líder quien desintegra el grupo, quien quiebra la conciencia colectiva.
A partir de Las formas elementales de la vida religiosa se puede establecer una analogía entre grupos donde prima la solidaridad mecánica y las religiones, donde una conciencia colectiva trasciende totalmente todas las conciencias particulares y las ofusca. Absolutamente todas la acciones son ritualizadas en los momentos donde se encuentra presente el líder y se congrega físicamente todo el grupo. La consolidación y repetición de determinadas acciones por parte del grupo y la aceptación por parte de todos sus miembros las va ritualizando. Esta tecnología social, los ritos, es una forma en la que se crea y se fortalece la conciencia colectiva, la solidaridad mecánica y grupal. Por ejemplo, en el aula se saluda al profesor de una determinada manera, los alumnos deben levantarse cuando quieren tomar la palabra, se sientan y están distribuidos de manera determinada por el profesor en el aula, y deben responde de forma consisa las preguntas. El saludo, como acción ritualizada, se repite fuera del aula como forma de saludo entre miembros de la La ola. Ese saludo se transforma en un símbolo. También el uniforme (las camisas blancas) y el logo de La ola son símbolos, realidades materiales e ideales que posee el grupo en sí mismo. Su uso y repetición son exigidas por y entre los mismos miembros del grupo, y esto refuerza la conciencia colectiva. El derecho represivo se observa en la ira moral que producen las ofensas que un mismo miembro del grupo puede llegar a realizar frente a un símbolo del grupo o la negación de una de las acciones ritualizadas, como por ejemplo no respetar el uniforme. Esto es castigado con la exclusión, y en un momento crítico de la película, cuando acusan a uno de los miembros de traidor, parece que el castigo también puede llegar a ser violencia física. También se ve ira moral frente a ofensas que miembros ajenos al grupo realizan contra símbolos de La ola, y de otras agrupaciones, como los anarquistas, que reciben ofensas por parte de La ola. La ofensa a un símbolo es una ofensa a la conciencia colectiva, es considerado por sus miembros como un crimen, y para que la conciencia no se vea debilitada se deberá sancionar con una pena determinada.
Con respecto a la formación del grupo, y a la forma en que se consolida el grupo, puedo decir que la causa de esto es la fuerte individuación existente en la sociedad dentro de la que se encuentran. En una sociedad industrial, de consumo, polisegmentaria sus miembros se individualizan, las conciencias particulares se encuentran por encima de la conciencia colectiva. Y cuando existe un fuerte desintegración social, la conciencia colectiva es extremadamente débil o nula en algunos casos. En un momento de la película, en un boliche, uno de los chicos le dice a otro que “todos tienen su propio pacer en mente, lo que hace falta es una meta común que nos una”. Esta falta de integración genera en los individuos necesidades sociales insatisfechas y La ola nace a partir de una necesidad social, necesidad de un fin que trascienda las conciencias particulares. Uno de los alumnos y miembro de La ola también dice que para que pueda llegar a existir un régimen dictatorial debe existir insatisfacción en la sociedad. Esta insatisfacción es lo que genera una sociedad en un estado de anomia. El estado del medio social en el que surge el grupo es también su causa.
Este estado del medio social y la forma en que influye sobre los individuos se ve de manera exagerada sobre uno de los miembros. Yo diría que es el único de los miembros realmente capaz de cometer tanto suicidio altruista (durante su pertenencia al grupo) como suicidio egoísta (en el momento de la desintegración del grupo). Y en el momento de su desintegración termina por suicidarse. Es este hecho el que nos resalta tanto la fuerte conciencia colectiva que se gestó en cinco días dentro de La Ola, como la fuerte falta de integración de la sociedad donde vivían. La causa del surgimiento de una fuerte conciencia colectiva es la necesidad de pertenencia de los miembros de una sociedad que se encuentra desintegrada y altamente individualizada. La pertenencia a un grupo da a sus miembros la sensación de estar del lado correcto, la sensación de bien.
El experimento se descontrola, la fuerza de la conciencia colectiva lo domina.
En las sociedades modernas seguimos encontrando rituales de solidaridad. La Ola es un ejemplo claro. En los nacionalismos se encuentran rituales de solidaridad, solidaridad que puede ser denominada solidaridad nacional. En este tipo de solidaridad acciones como cantar el himno son ritualizadas.
Las sociedades polisegmentarias actuales, según Durkheim, se encuentran en un estado de anomalía, en un estado de desregulación y en algunos casos una excesiva individuación. Las sociedades polisegmentarias deben encontrar un orden, un buen funcionamiento de la división social del trabajo.
1 Sociedad abierta es un término introducido por el filósofo Henri Bergson. Según él, esas sociedades tienen gobiernos que son tolerantes y responden a los deseos e inquietudes de la ciudadanía con sistemas políticos transparentes y flexibles. Los órganos del Estado no mantienen secretos entre sí o del público. Ni el gobierno ni la sociedad son autoritarios y el conocimiento común o social pertenece a todos. La libertad y los derechos humanos son el fundamento de la sociedad abierta.

Bibliografía seleccionada:
DURKHEIM, Emile, Las reglas del método sociológico, http://ubuntuone.com/3kS6AZpGcSPEutli4KHhbg; capítulo I, II, IV, V.
DURKHEIM, Emile, La división social del trabajo, http://ubuntuone.com/3hIrknJO64S2D6xPkzzttE. Introducción; Libro Primero (capítulo II, III) Prefacio de la segunda edición y Libro Tercero.
DURKHEIM, Emile, El suicidio, http://ubuntuone.com/5e4xJK1lZS9OhNB0PTxNPU; libro II; cap. I, pp. 63- 68; cap. III, acápite VI, pp. 105-110; cap IV, acápite I y III, pp. 114-120; 128-129; cap. V, acápite I, II y III, pp. 130-143; cap. VI, pp. 156-167.
DURKHEIM, Emile, Las formas elementales de la vida religiosa, http://ubuntuone.com/4N4cbjB28e2YTruI0uLXWH ; Conclusiones. Pág. 373-399.