CAPITULO
III
EL DINERO, O LA CIRCULACIÓN DE MERCANCÍAS
1. Medida de los
valores
El oro es la
mercancía dineraria.
En cuanto medida de
valor, el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida
del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo.
El precio o la
forma dineraria del valor característica de las mercancías es, al
igual que su forma de valor en general, una forma ideal o figurada,
diferente de su forma corpórea real y palpable. En su función de
medida de valor, por consiguiente, el dinero sirve como dinero
puramente figurado o ideal. Aunque para la función de medir el valor
sólo se utiliza dinero figurado, el precio depende estrictamente del
material dinerario real. El valor, es decir, la cantidad de trabajo
humano que contiene, se expresa en una cantidad figurada de la
mercancía dineraria que contiene la misma cantidad de trabajo.
En cuanto medida de
los valores y como patrón de los precios, el dinero desempeña dos
funciones completamente diferentes. Medida de los valores es el
dinero en cuanto encarnación social del trabajo humano, patrón de
los precios, como peso metálico fijo. En cuanto medida del valor, el
dinero sirve para transformar en precios, en cantidades [120]
figuradas de oro, los valores de las variadísimas mercancías, en
cuanto medida de los precios, mide precisamente esas cantidades de
oro. Con la medida de los valores se miden las mercancías en cuanto
valores; el patrón de precios, en cambio, mide con arreglo a una
cantidad de oro las cantidades de dicho metal y no el valor de una
cantidad de oro conforme al peso de la otra. Para el patrón de
precios es necesario fijar determinado peso en oro como unidad de
medida. Si el oro puede servir como medida de los valores, ello se
debe únicamente a que él mismo es producto del trabajo, y por
tanto, potencialmente, un valor variable.
Un cambio en el
valor del oro en modo alguno afecta su función en cuanto patrón de
precios. El cambio en el valor del oro tampoco obsta a su función
como medida del valor.
En la forma misma
del precio está implícita la posibilidad de una incongruencia
cuantitativa, de una divergencia, entre el precio y la magnitud del
valor. Además puede albergar una contradicción cualitativa, de tal
modo que, aunque el dinero sólo sea la forma de valor que revisten
las mercancías, el precio deje de ser en general la expresión del
valor. Cosas que en sí y para sí no son mercancías, como por
ejemplo la conciencia, el honor, etc., pueden ser puestas en venta
por sus poseedores, adoptando así, merced a su precio, la forma
mercantil. Es posible, pues, que una cosa tenga formalmente precio
sin tener valor.
Para que una
mercancía pueda operar de manera efectiva como valor de cambio, ha
de desprenderse de su corporeidad natural, transformarse de oro
puramente figurado en oro real.
La forma del precio
lleva implícita la enajenabilidad de las mercancías por dinero y la
necesidad de esa enajenación. Por otra parte, el oro sólo desempeña
la función de medida ideal del valor, puesto que en el proceso de
intercambio discurre ya como mercancía dineraria.
2. Medio de
circulación
a) La
metamorfosis de las mercancías
En la medida en que
el proceso de intercambio transfiere mercancías de manos en las
cuales son no- valores de uso, a manos en las que son valores de uso,
estamos ante un metabolismo social.
En un comienzo las
mercancías entran en el proceso de intercambio sin un baño de oro,
ni de azúcar, tal como fueron creadas.
Todo cambio formal
de una mercancía se opera en el intercambio entre dos mercancías,
una de las cuales es corriente y la otra dineraria.
Dicho
proceso suscita un desdoblamiento de la mercancía en mercancía y
dinero, una antítesis externa en la que aquélla representa su
antítesis inmanente de valor de uso y valor. En esa antítesis las
mercancías se contraponen como valores de uso al dinero como valor
de cambio. Por otra parte, ambos términos de la antítesis son
mercancías, y por tanto unidades de valor de uso y valor. Pero esa
unidad de elementos diferentes se representa inversamente en cada uno
de los dos polos y refleja a la vez, por ende, la relación recíproca
que media entre ambos. La mercancía es realmente valor de uso; su
carácter de ser valor se pone de manifiesto sólo de manera ideal en
el precio, que la refiere al término opuesto, al oro, como a su
figura real de valor. El material áureo, a la inversa, sólo cuenta
como concreción material del valor, como dinero. De ahí que
realmente sea valor de cambio. Su valor de uso se pone de manifiesto
únicamente de manera ideal en la serie de las expresiones relativas
de valor, en la cual se refiere a las mercancías que se le
contraponen, como al ámbito de sus figuras de uso reales. Estas
formas antitéticas de las mercancías son las formas efectivas en
que se mueve el proceso de su intercambio.
El proceso de
intercambio de la mercancía, pues, se lleva a cabo a través de dos
metamorfosis contrapuestas que a la vez se complementan entre sí:
transformación de la mercancía en dinero y su reconversión de
dinero en mercancía. Las fases en la metamorfosis de las mercancías
son, a la vez, transacciones del poseedor de éstas: venta, o
intercambio de la mercancía por dinero; compra, intercambio de
dinero por mercancía, y unidad de ambos actos: vender para comprar.
El proceso de
intercambio se lleva a cabo, pues, a través del siguiente cambio de
forma:
mercancía-dinero-mercancía
M-D-M
En lo que concierne
a su contenido material, el movimiento M - M es un intercambio de
mercancía por mercancía, metabolismo del trabajo social, en cuyo
resultado se extingue el proceso mismo.
M
- D. Primera
metamorfosis de la mercancía, o venta. La
división social del trabajo hace que el trabajo de tal poseedor sea
tan unilateral como multilaterales son sus necesidades. Es por eso
que su producto no le sirve más que como valor de cambio. Pero
ocurre que sólo como dinero puede adoptar la forma de equivalente
general socialmente vigente, y el dinero se encuentra en el bolsillo
ajeno. Para extraerlo de allí, es necesario que la mercancía sea
ante todo valor de uso para el poseedor de dinero, y por tanto que el
trabajo gastado en ella lo haya sido en forma socialmente útil, o
sea acreditándose como eslabón de la división social del trabajo.
La misma división
del trabajo que los convierte en productores privados independientes,
hace que el proceso de producción y las relaciones suyas dentro de
ese proceso sean independientes de ellos mismos, y que la
independencia recíproca entre las personas se complemente con un
sistema de dependencia multilateral y propio de cosas.
La división del
trabajo convierte en mercancía el producto del trabajo, y con ello
torna en necesaria la transformación del mismo en dinero.
¿Pero
por qué cosa se cambia la mercancía? Se intercambia por su propia
figura
general de valor.
¿Y por qué cosa se cambia el oro? Por una figura
particular de su valor de uso.
La realización del precio, o de la forma de valor sólo ideal de la
mercancía, es a la vez, y ala inversa, realización del valor de uso
sólo ideal del dinero; la transformación de la mercancía en dinero
es, a la vez, la transformación simultánea del dinero en mercancía.
Este proceso único es un proceso que tiene dos aspectos: desde el
polo del poseedor de mercancía, venta, desde el polo opuesto,
ocupado por el poseedor de dinero, compra.
La venta es compra;
M - D es a la vez D – M.
Para
que el oro funcione en cuanto dinero, tiene que ingresar,
naturalmente, por algún punto cualquiera en el mercado. Ese punto
está en su fuente de producción, donde, como producto directo del
trabajo, se intercambia por otro producto laboral de valor idéntico.
Pero a partir de ese momento representa ya, y siempre, precios
mercantiles realizados. El
oro es en manos de todo poseedor de mercancías, la figura enajenada
de su mercancía vendida.
El oro deviene
dinero real porque las mercancías, a través de su enajenación
generalizada, lo convierten en la figura de uso efectivamente
enajenada o transformada de ellas mismas, y por tanto en su figura
efectiva de valor. En su figura de valor, la mercancía hace
desaparecer todas las huellas de su valor de uso natural y del
trabajo útil particular al que debe su origen, para devenir esa
crisálida que es sólo concreción material social uniforme de
trabajo humano indiferenciado.
La primera
metamorfosis de una mercancía, su transformación en dinero a partir
de la forma mercantil, es siempre, a la vez, una segunda
metamorfosis, contrapuesta, de otra mercancía, su transformación
inversa en mercancía a partir de la forma dineraria.
D
- M. Metamorfosis
segunda, 0 final, de la mercancía: compra.
Por ser la figura enajenada de todas las demás mercancías o el
producto de su enajenación general, el dinero es la mercancía
absolutamente enajenable.
La
metamorfosis global de una mercancía se compone de dos movimientos
contrapuestos y que se complementan recíprocamente, M – D y D –
M. Las dos fases de movimiento inversas de la metamorfosis mercantil
constituyen un ciclo: forma de mercancía, despojamiento de la forma
mercantil, retorno a la misma. Sin duda, la mercancía misma está
aquí antitéticamente determinada. En el punto de partida es
no-valor de uso para su poseedor; en el de llegada, valor de uso para
aquél. De manera análoga, el dinero se presenta primero como
cristalización inalterable del valor, en la que se convierte la
mercancía, para disolverse luego como mera forma de equivalente de
la misma.
Las
dos metamorfosis que configuran el ciclo de una mercancía
constituyen a la vez las metamorfosis parciales e inversas de otras
dos mercancías. El ciclo que describe la serie de metamorfosis
experimentadas por toda mercancía, pues, se enreda de manera
inextricable con los ciclos de otras mercancías. El proceso en su
conjunto se presenta como circulación
mercantil.
El proceso de
circulación no se agota, como ocurría con el intercambio directo de
productos. El dinero no desaparece, por más que finalmente quede
marginado de la serie de metamorfosis experimentada por una
mercancía. Invariablemente se deposita en los puntos de la
circulación que las mercancías dejan libres.
La venta y la
compra son un acto idéntico en cuanto relación recíproca entre dos
personas polarmente contrapuestas: el poseedor de mercancías y el de
dinero.
La circulación
derriba las barreras temporales, locales e individuales opuestas al
intercambio de productos, y lo hace precisamente porque escinde, en
la antítesis de venta y compra, la identidad directa existente aquí
entre enajenar el producto del trabajo propio y adquirir el producto
del trabajo ajeno.
Como
mediador en la circulación mercantil, el dinero asume la función de
medio
de circulación.
b) El curso del
dinero
El
cambio de forma en el que se opera el intercambio de sustancias entre
los productos del trabajo M - D - M, determina que un mismo valor
configure en cuanto mercancía el punto de partida del proceso, y
retorne como mercancía al mismo punto. Por ende, este movimiento de
las mercancías es un ciclo. Por otra parte, esa misma forma excluye
el ciclo del dinero. Su resultado es el constante
alejamiento del dinero
con respecto a su punto de partida, no su retorno al mismo.
El curso del dinero
muestra una repetición constante y monótona del mismo proceso.
La continuidad del
movimiento recae enteramente en el dinero, y el mismo movimiento que
supone dos procesos contrapuestos para la mercancía, implica
siempre, como movimiento propio del dinero, el mismo proceso, esto
es, su cambio de lugar con otra mercancía siempre cambiante. El
resultado de la circulación de mercancías --la sustitución de una
mercancía por otra-- se presenta mediado, pues, no por el propio
cambio de forma experimentado por aquéllas, sino por la función del
dinero como medio de circulación; éste hace circular las
mercancías, en sí y para sí carentes de movimiento,
transfiriéndolas, siempre en sentido contrario al de su propio
curso, de manos de aquel para quien son no-valores de uso, a manos de
quien las considera valores de uso. Constantemente aleja del ámbito
de la circulación las
mercancías, al
ocupar una y otra vez los lugares que éstas dejan libre en aquélla,
con lo cual él mismo se aleja de su punto de partida. Por
consiguiente, aunque el movimiento del dinero no sea más que una
expresión de la circulación de mercancías, ésta se presenta, a la
inversa, como mero resultado del movimiento dinerario.
Las mismas piezas
dinerarias llegan como figura enajenada de la mercancía a manos del
vendedor y las abandonan como figura absolutamente enajenable de la
misma. Ambas veces el dinero opera de la misma manera, como medio de
compra primero de una, luego de la otra mercancía.
Al dar su primer
paso en la circulación, al cambiar por primera vez de forma, toda
mercancía queda marginada de aquélla, en la cual entran
constantemente nuevas mercancías. En cuanto medio de circulación,
por el contrario, el dinero está instalado permanentemente en la
esfera de la circulación.
La variación que
se opera en la masa de los medios de circulación reconoce su origen
en el dinero mismo, pero no en su papel de medio de circulación,
sino en su función de medir el valor. Primero, el precio de las
mercancías varía en razón inversa al valor del dinero, y luego la
masa de medios de circulación se modifica en proporción directa al
precio de las mercancías.
La masa de los
medios de circulación queda determinada por la suma de los precios a
realizar de las mercancías. Si suponemos, además, que el precio de
cada clase de mercancía ya está dado, es obvio que la suma de los
precios alcanzados por las mercancías dependerá de la masa de éstas
que se encuentre en la circulación.
Si suponemos que la
masa de las mercancías está dada, la del dinero circulante crecerá
o decrecerá con arreglo a las oscilaciones que experimenten los
precios de las mercancías.
El
reiterado cambio de ubicación por parte de las mismas piezas
dinerarias representa el doble cambio formal de la mercancía, su
movimiento a través de las dos fases contrapuestas de la circulación
y el entrelazamiento de las metamorfosis experimentadas por diversas
mercancías. Las fases antitéticas, complementarias entre sí, a
través de las cuales discurre ese proceso, no pueden estar
espacialmente yuxtapuestas, sino sucederse unas a otras en el tiempo.
Las fracciones de tiempo constituyen la medida que se aplica a la
duración del proceso, o, en otras palabras, el número de los
recorridos de las mismas piezas dinerarias en un tiempo dado mide la
velocidad del curso dinerario.
Suma de los
precios de las mercancías
──────────────────────
═ masa
del dinero que funciona como medio de circulación.
Número de
recorridos de las piezas
dinerarias de la
misma denominación
El número total de
los recorridos efectuados por todas las piezas dinerarias que se
encuentran circulando y tienen la misma denominación, permite
obtener el número medio de los recorridos que efectúa cada pieza
dineraria, o la velocidad media del curso del dinero. La masa
dineraria está naturalmente determinada por la suma de los precios
de las mercancías que circulan al mismo tiempo y yuxtapuestas en el
espacio. Pero dentro del proceso, por así decirlo, a una pieza
dineraria se la hace responsable de la otra. Si una acelera la
velocidad de su curso, se aminora la de la otra, o incluso ésta se
aparta por completo de la esfera de la circulación.
La cantidad total
del dinero que en cada espacio de tiempo actúa como medio de
circulación, queda determinada, de una parte, por la suma de los
precios del conjunto de las mercancías circulantes, de otra parte,
por la fluencia más lenta o más rápida de sus procesos antitéticos
de circulación, de lo cual depende la parte proporcional de esa suma
de precios que puede ser realizada por las mismas piezas dinerarias.
Pero la suma de los precios de las mercancías depende tanto de la
masa como de los precios de cada clase de mercancías. No obstante,
los tres factores --el movimiento de los precios, la masa de
mercancías circulantes y por último la velocidad del curso del
dinero-- pueden variar en sentido diferente y en distintas
proporciones.
c) La moneda. El
signo de valor
El título del oro
y la sustancia del mismo, el contenido nominal y el real, inician su
proceso de disociación. Monedas homónimas de oro llegan a tener
valor desigual, porque desigual es su peso. El oro en cuanto medio de
circulación diverge del oro en cuanto patrón de los precios, y con
ello cesa de ser el equivalente verdadero de las mercancías cuyos
precios realiza.
El hecho de que el
propio curso del dinero disocie del contenido real de la moneda su
contenido nominal, de su existencia metálica su existencia
funcional, implica la posibilidad latente de sustituir el dinero
metálico, en su función monetaria, por tarjas de otro material, o
símbolos.
La existencia
monetaria del oro se escinde totalmente de su sustancia de valor.
Sólo consideramos
aquí el papel moneda estatal de curso forzoso. El mismo surge
directamente de la circulación metálica.
Una ley específica
de la circulación de billetes no puede surgir sino de la proporción
en que éstos representan el oro. Y esa ley es, simplemente, la de
que la emisión del papel moneda ha de limitarse a la cantidad en que
tendría que circular el oro (o la plata) representado simbólicamente
por dicho papel.
El papel moneda es
signo áureo o signo dinerario. Su relación con los valores
mercantiles se reduce a que éstos se hallan expresados de manera
ideal en las mismas cantidades de oro que el papel representa
simbólica y sensorialmente.
El papel moneda es
signo del valor sólo en cuanto representa cantidades de oro, las
cuales, como todas las demás cantidades de mercancías, son también
cantidades de valor.
En un proceso que
constantemente lo hace cambiar de unas manos a otras, baste con la
existencia meramente simbólica del dinero. Su existencia funcional,
por así decirlo, absorbe su existencia material. Reflejo
evanescentemente objetivado de los precios mercantiles, el dinero
sólo funciona como signo de sí mismo y, por lo tanto, también
puede ser sustituido por signos [57]. El signo del dinero no requiere
más que su propia vigencia socialmente objetiva, y el papel moneda
obtiene esa vigencia mediante el curso forzoso. Este curso forzoso
estatal sólo rige dentro de la esfera de circulación interna, o sea
de la circunscrita por las fronteras de una comunidad, pero es sólo
en esa esfera, también, donde el dinero ejerce de manera plena su
función como medio de circulación o moneda, y por tanto donde puede
alcanzar, en el papel moneda, un modo de existencia puramente
funcional y exteriormente desligado de su sustancia metálica.
3. El dinero
a) Atesoramiento
Ya con el
desarrollo inicial de la circulación mercantil, no se venden
mercancías para adquirir mercancías, sino para sustituir la forma
mercantil por la dineraria. De simple fase intermediadora del
intercambio de sustancias, ese cambio formal se convierte en fin en
sí mismo.
En los inicios de
la circulación mercantil, precisamente, sólo se convierte en dinero
el excedente de valores de uso.
A medida que se
expande la circulación mercantil se acrecienta el poder del dinero,
la forma siempre pronta, absolutamente social de la riqueza. Como el
dinero no deja traslucir qué es lo que se ha convertido en él,
todo, mercancía o no mercancía, se convierte en dinero. Todo se
vuelve venal y adquirible.
Cualitativamente,
o por su forma, el dinero carece de límites, vale decir, es el
representante general de la riqueza social porque se lo puede
convertir de manera directa en cualquier mercancía. Pero, a la vez,
toda suma real de dinero está limitada cuantitativamente,
y por consiguiente no es más que un medio de compra de eficacia
limitada. Esta contradicción entre los límites cuantitativos y la
condición cualitativamente ilimitada del dinero, incita una y otra
vez al atesorador a reemprender ese trabajo de Sísifo que es la
acumulación.
Sólo puede retirar
de la circulación, bajo la forma de dinero, lo que le entrega a ella
bajo la forma de mercancía. Cuanto más produce, tanto más puede
vender. Laboriosidad, ahorro y avaricia son por consiguiente sus
virtudes cardinales; vender mucho, comprar poco, la suma de su
economía política.
b) Medio de pago
Un
poseedor de mercancías vende una mercancía ya existente, el otro
compra como mero representante del dinero, o como representante de un
dinero futuro. El vendedor deviene acreedor;
el comprador, deudor.
Como aquí se modifica la metamorfosis de la mercancía o el
desarrollo de su forma de valor, el dinero asume también otra
función. Se convierte en medio
de pago.
Ya no se produce la
aparición simultánea de los equivalentes, mercancía y dinero, en
los dos polos del proceso de la venta. Ahora, el dinero funciona
primero como medida del valor, al determinar el precio de la
mercancía vendida. Ese precio, fijado contractualmente, mide la
obligación del comprador, esto es, la suma de dinero que el mismo
debe pagar en el plazo estipulado. Funciona, en segundo lugar, como
medio ideal de compra.
En
la medida en que se compensan los pagos, el dinero funciona sólo
idealmente como dinero de cuenta o medida de los valores. En a medida
en que los pagos se efectúan realmente, el dinero ya no entra en
escena como medio de circulación, como forma puramente evanescente y
mediadora del metabolismo, sino como la encarnación individual del
trabajo social, como la existencia autónoma del valor de cambio,
como mercancía absoluta. Dicha contradicción estalla en esa fase de
las crisis de producción y comerciales que se denomina crisis
dineraria.
La misma sólo se produce allí donde la cadena consecutiva de los
pagos y un sistema artificial de compensación han alcanzado su pleno
desarrollo.
Aunque estén dados
tanto los precios como la velocidad del curso dinerario y la
economía de los pagos, ya no coinciden la masa de dinero en curso y
la masa de mercancías que circula durante cierto período. Está en
curso dinero que representa mercancías sustraídas desde hace tiempo
a la circulación. Circulan mercancías cuyo equivalente en dinero no
aparecerá sino en el futuro.
El dinero
crediticio surge directamente de la función del dinero como medio de
pago.
c) Dinero
mundial
En el comercio
mundial las mercancías despliegan su valor de modo universal. De ahí
que su figura autónoma de valor se les contraponga, en este terreno,
como dinero mundial. Sólo en el mercado mundial el dinero funciona
de manera plena como la mercancía cuya forma natural es, a la vez,
forma de efectivización directamente social del trabajo humano
inabstracto. Su modo de existencia se adecua a su concepto.